Quellón dejó de ser el pueblo en que todos nos conocíamos y donde
yo podía andar hasta la madrugada, total sólo me iba a cruzar con compañeros de curso, los papás de algunos
amigos y nadie que fuera un peligro.
Los buses Cruz del Sur eran los únicos que traían desconocidos, pero éste dejaba de serlo antes de bajar incluso a conocer el pueblo. Adentro alguien ya había interrogado al viajero y sabía exactamente de quién se trataba y empezaba a desparramarlo cuando los demás veían al extraño.
Un solo movimiento distinto del resto de los días y la gente se percataba de que algo había pasado. ..un día veníamos de regreso de la playa y mi mamá vio a un amigo en la esquina de la Copec. “Qué hará Chaiva en la esquina… pasó algo” dijo como oliendo una desgracia. Era noticia, si en Quellón nunca pasaba nada. Y era verdad. Había volcado un camión en la “herradura” la curva más peligrosa de la carretera que nos llevaba a la distante Castro, la capital de la Provincia de Chiloé.
Hoy, ni siquiera existe la “herradura”, Obras Públicas hizo una recta y terminó con nuestra posibilidad de un domingo agitado por un accidente en que alguien conocido (seguro) se veía involucrado.
La globalización del loco
Las cosas empezaron a cambiar en los 80, cuando el mundo se dio cuenta que las Concholepas concholepas..o sea, un caracol marino al que llamamos “loco” era una delicia. Antes de eso nosotros lo comíamos por montones sin ninguna culpa, total lo sacaban mis tíos, amigos y hasta si íbamos al muelle podían regalarnos si le caíamos en gracia a los lancheros. Pero la globalización fue nuestra desgracia. Ahí nos descubrieron, encontraron éste y otros rincones del globo donde había cosas que todos querían probar y empezaron a sacar los “locos” para el resto del mundo. Así aparecieron los “compradores”, seres insondables que se adentraban en el muelle de Quellón rodeados de mirones que lo úncio que querían descubrir era el verso que éste metía a los lancheros que amontonaban los moluscos de 250 gramos a veces sobre sus embarcaciones.
Fue en esos que años volvía a mi casa en bus desde Castro (donde estudiaba el secundario) y un hombre comentaba con otro que se iba a vivir a Quellón… ”es la nueva California” le dijo casi creyéndose lo que afirmaba. Ahí me di cuenta que estaba en el principio de la madeja y me ubicaba justo en la punta donde se hilvanaría el resto. Eso no significaba más que el término de mi infancia y que los cambios arrasarían también con mi pueblo. Llegué a comentarlo a casa y caímos en cuenta que había ya cientos de ellos buscando formas de ganarse la vida con nuestro “loco”.
No tardó en instalarse además la primera piscicultura o salmonera de Quellón. De eso al aumento de horarios en buses que llegaban repletos de nuevos habitantes y a desconocer a quienes encontraba en la calle, no pasó mucho tiempo. Y las cosas cambiaron para siempre. Ya no sólo existen peligros en las calles, sino que Quellón se ha transformado en un pueblo con mayor cantidad de delitos y se dice que un 75% de la población ha estado afectada por ellos: víctimas, victimarios, testigos directos…lo que sea.
Hoy camino entre rostros que nunca imaginé siquiera, los médicos y las putas son colombianas, de tez morena intensa, entre cientos de hombres sin destino que sólo buscan tener un día de trabajo y algo que comer. El futuro no llega a mañana para ellos.
La vida nos cambió a todos y fuimos presa de la suerte que nos tocó. Hay plata, hay trabajo, pero también están las necesidades, nunca alcanza todo para esa enorme masa de gente. De chica no éramos más de 3.000 conocidos, mientras que hoy pueden ser 30 mil en invierno y en verano otros tantos que llegan a la temporada de cosecha de las más de 7 salmoneras, conserveras, pesca y todo lo que sea extraer productos para mandar afuera.
De los "locos", apenas recuerdo el sabor, pero los chinos y japoneses deben deleitarse todos los días comiendo los que le mandaron desde mi Quellón.